A los diecinueve años, Clarice Lispector ya había publicado su primera novela: "Cerca del corazón salvaje". Cuando apareció "Lazos de familia" tenía treinta y cinco años y cuatro libros más en su haber. A lo largo de su vida, jamás dejaría de escribir. "Yo escribo como quien sueña", había dicho. "Ahora estoy escribiendo. He muerto. Vamos a ver si renazco de nuevo", confesó en una entrevista. Si hubiera que elegir una única palabra para definirla, la elección debería recaer necesariamente en ésta: un genio. Un genio que, finalmente, ha devenido mito.
Dotada de un estilo peculiar, que confiere a sus textos una mezcla de sugestión, humor y misterio, Lispector retuerce la sintaxis para mostrarnos lo esencial de las cosas. Con ella, el descubrimiento de lo cotidiano, tan próximo que no solemos advertirlo, es una aventura posible, capaz de abrir caminos hacia mundos nuevos.
Una advertencia: leer a Clarice Lispector no es un hecho que no aporte consecuencias. Capaz de hacernos penetrar en los laberintos más retorcidos de nuestra propia mente, Lispector nos enfrenta a una terrible imagen: la nuestra.