El clima poético de misterio religioso y erótico que Pierre Klossowski (teólogo herético, exégeta de Sade, distinguido ensayista del arte y la literatura) logra suscitar en esta novela tiene por eje a Roberte, encantadora mujer apresada en una mirada que observándola la recrea. Ese encanto no solo está en sus audacias escandalosas, en su ilimitada disponibilidad, en su reclamo de caricias que pueden ser gozosos suplicios o en las fiestas de la imaginación que procura a su marido y en las cuales interviene tanto la carne como el espíritu. Actriz y espectadora de los cuadros vivos en que su erudito marido no terminará nunca de hacerla vivir o representar, Roberte es a la vez transparente y secreta.
Una prosa exacta e inspirada, vertiginosa y serena, nos descubre un apasionado itinerario erótico que es también una aventura espiritual en la que el alma es apostada a través del cuerpo.
Provocada por su marido, erudito y esteta, Roberte extiende las Leyes de la Hospitalidad a los terrenos más íntimos de sí misma. Pero ¿es Roberte únicamente un cuerpo siempre ofrecido, un instrumento de la voluntad de otro, una zona de transferencia entre el hombre viejo y contemplativo y el hombre joven acuciado por el deseo? ¿No hay en estas eróticas experiencias de uno de los más atrayentes personajes literarios de nuestro tiempo una exploración audaz en regiones que están más allá de la moral reconocida?
Narradas con una escritura tan minuciosa como poética, las aventuras de Roberte, imaginarias o reales, son a la vez ceremonias de perdición y salvación, y la fascinación que producen solo son comparables a las que podría lograr una buena novela policíaca o de aventuras.