El teatro vive, en el siglo XVIII, un período de intensa agitación. Al amparo de los modelos fijados en la comedia nueva barroca, se renuevan géneros, temas, estilos y escenografía para adaptar la fiesta teatral a las exigencias del nuevo público. Predomina un tipo de teatro en el que los autores dramáticos, siguiendo el consejo lopiano de complacer al "vulgo", atienden los gustos del espectador popular, su interés por lo novelesco, por las historias amorosas, por el empleo abusivo de los recursos escénicos y de tramoya. El resultado es la concreción de un modelo dramático peculiar que sacrifica, en aras del éxito, cualquier atadura formal o estética. Estamos ante una experiencia cultural y social, que refleja los valores de la mentalidad colectiva, que se acomoda al nivel estético de un público popular, que exige un festejo teatral variado y divertido.