El hijo de Annemarie y Dankward Sellin parecía condenado a vivir en la celda inexpugnable de su propio yo. Mudo, privado de capacidad para comunicarse con el resto del mundo, imposibilitada la asimilación de información, aislado, desconectado de la realidad. Sin embargo, un giro inesperado se produciría en su vida al cumplir los dieciocho años. Y el que hasta entonces era considerado un disminuido psíquico gravemente incapacitado, gracias a la aplicación de la técnica de comunicación facilitada (facilitated communication), comienza a escribir. El descubrimiento es desconcertante: Birger no sólo había aprendido a escribir a los cinco años, hojeando cantidades ingentes de libros, sino que también había registrado todo lo que se había dicho o hecho a su alrededor.