Gibrán es ante todo una mística al modo oriental, en su desasimiento del mundo y su apetencia de una calidad superior. Un impetuoso anhelo de descarnación, en el que se puede reconocer algún eco del Rubaiyat, está presente en todos sus libros. Pero aparte de esta tónica mística y como un arabesco sobre ella, corre por toda su obra una sutil vena de ironía incisiva y amarga, netamente occidental, difícil de hallar en la vieja literatura de Oriente.