Desde el momento de la aparición, en 1839, del daguerrotipo y el calotipo, el arte y la fotografía entablaron una relación simbiótica que ha ido mucho más allá de la mutua influencia y que puede explicar en gran medida el impulso que experimentó la inventiva en el ámbito de la pintura a partir de entonces. No obstante, esta relación, que incluso podría remontarse a un tiempo en que no existía como tal -pues casi todas las características definibles de la forma fotográfica son ya visibles en la obra de algunos pintores anteriores a la invención de la fotografía-, no siempre fue plácida y fluida. Durante decenios se discutió el papel y el rango del nuevo modo de expresión, ocultándose, por otra parte, su utilización como fuente de inspiración para la obra pictórica, y hubieron de surgir bastantes polémicas antes de que adquiriera el reconocimiento de que ha gozado en nuestro siglo. Estructurada atendiendo a la concatenación de fenómenos producida desde el nacimiento de la fotografía -su efecto, en primer lugar, sobre la retratística y, poco después, sobre la pintura del paisaje; la reacción del realismo artístico frente a unas imágenes obtenidas por procedimientos mecánicos y cada vez más complejas; la relación entre impresionismo y fotografía instantánea y, finalmente, la integración de ésta con las demás artes a partir de los años noventa del siglo pasado-, la obra de Aaron Scharf, ya clásica, Arte y fotografía, traza un completo y ameno panorama de la historia de la relación entre una y otra forma de expresión visual.