Para el monje, Agustín Altisent, un papel en blanco ha significado desde antiguo la ocasión de compartir pensamientos y experiencias, reflexiones y sentimientos con los hombres y mujeres de su tiempo.
La vocación monástica no sólo no aleja del mundo, sino que tiende puentes hacia su mismo corazón. Al transitar por los caminos de esta tierra tan querida, se hace más fácil sintonizar con las esperanzas y anhelos que todo ser humano porta, junto con sus heridas y fracasos. Es entonces cuando el monje se transforma en un visionario: entrena su mirada para contemplar la realidad desde los ojos de Dios y ejercita sus manos en la tarea de insertar en ella semillas de belleza y bondad que abran al futuro.
Las ciento treinta y tres reflexiones que integran este libro son una invitación a dejarse seducir cada día por el milagro de la existencia.