Al regresar de Petra, Alix descubre que la capital romana se halla presa del miedo. Unos extraños asesinos tiñen de sangre las calles, y el miedo se contagia incluso entre la misma guardia imperial. Algunos acusan a los leprosos, otros a los orientales, pero Augusto sabe la verdad. Sin contagiarse por el ambiente de terror, Alix va tras la pista de los espectros de Roma. Sin darse cuenta, de que su contacto con ellos, puede volverle aún más peligroso a él.