El progresista, prototipo del hombre del siglo XX, camina siempre hacia adelante, sólo que en círculo, por lo que nunca llega a ninguna parte. Su pensamiento es, asimismo, circular, por lo que no es pensamiento. Y mientras el público jalea su muy vanguardista actitud, él desea, ardientemente, un punto de apoyo.
El autor de «Por qué soy cristiano... y, sin embargo, periodista» ha seguido la actualidad en caliente, con la ironía del sentido común, que siempre anda a la búsqueda de la felicidad, no del futuro. «Gracias al relativismo de la progresía ?concluye- el hombre deja de sentirse hombre, y gracias a la biogenética comienza a sentirse Dios». Pero ambas cosas sólo le han aportado buenas dosis de amargura. La alegría debe residir en algún otro lugar, pero el portal de entrada siempre será la necesidad humana de poseer una certeza.