El acceso a los tesoros artísticos se encuentra, a un mismo tiempo, abierto a todo el mundo y vedado a la mayoría. ¿Qué separa a quienes frecuentan los museos del resto de la gente?
Este libro ya clásico, presentado aquí en una nueva edición, intenta aportar a esta cuestión respuestas sociológicas, es decir, a la vez lógicas y empíricas. Sin temor a incurrir en el mal gusto, pretende someter el buen gusto al rigor del examen científico. Al poner de manifiesto las condiciones sociales del acceso a la práctica culta, permite ver que la cultura no es un privilegio natural, sino que sería necesario y suficiente que todo el mundo estuviera en posesión de los medios de su disfrute para que perteneciera a todos.