Renoir nos ofrece algunas de las imágenes más frescas y amables de toda la historia del arte: las diversiones dominicales de un París despreocupado, las excursiones por el Sena, los bailes populares, la emoción de una velada en la Ópera, la alegría de niñas rubias y el esplendor radiante de muchachas que se asoman a la vida. Con su arrebatada oleada de color y de vitalidad, Renoir es uno de los fundadores del Impresionismo: al gusto por el paisaje de Monet y al fino intelectualismo de Manet, Renoir contrapone la inagotable curiosidad por la gente, por la acción, por cualquier instante de la existencia. Una pintura siempre en movimiento, nunca estática o repetitiva; una pincelada rica, plena, densa, para regalarnos el rayo resplandeciente de la alegría.