Superada la mórbida fascinación victoriana
por la carne deforme y tumefacta de los freaks, que se exhibían
de feria en feria ante los ojos de una audiencia aún marcada por
el puritanismo religioso, la Nueva Carne se erige como una monstruosidad
que reniega del folclore y de la mitología, de la moralidad y de
la lógica. La Nueva Carne, ya sea a través de las pinturas
de H.R. Giger, las fotografías de Joel-Peter Witkin
o las viñetas de Charles Burns, acomodándose en los
films de David Cronenberg o en los cuentos de Clive Barker,
hace que el infierno sea algo físico, no imaginado. Así pues,
uno de los principales méritos de la Nueva Carne consiste en su
habilidad para crear monstruosidades creíbles y tangibles. Ninguna
sensibilidad artística anterior se ha arriesgado tanto en el camino
de la realidad grotesca. En una palabra, es difícil precisar hasta
qué punto la realidad y la fantasía se confunden. En La
nueva carne. Una estética perversa del cuerpo, un destacado
equipo de eruditos en arte, cultura popular y cine analizan, por primera
vez en nuestro país, esta inquietante manera, extremadamente gráfica,
de presentar lo monstruoso mediante pústulas y supuraciones infecciosas,
tumores y malformaciones provocadas por cirugía extrema y manipulaciones
genéticas, sexo violento y carne apaleada, injertos tecnológicos
e invasiones víricas. En definitiva, la expresión moderna
de terrores que desde siempre anidan en el alma humana: la pérdida
de nuestra identidad física y psíquica.