Uno de los pocos mitos vigentes de la historia del cine clásico, su vida fue tan apasionante como la mayoría de sus películas. Fue un hombre a quien el cine le hizo justicia: su elegancia natural estaba en su propia presencia, que llenaba la pantalla. Trabajó con los mejores directores y siempre estuvo al servicio de ellos y de las películas en las que intervenía, que forman ya un pedazo de los mejores recuerdos de las salas oscuras.