Hablar es siempre actuar: hacer algo (informar, pedir, prometer...) de maneras socialmente estipuladas, y hacerlo adoptando un papel. El acto de habla será más o menos exitoso según coincida con la intención de quien lo realiza. La pragmática lingüística, que comenzó por estudiar los fundamentos de esa coincidencia, sus alcances, sus posibilidades y sus desventuras, ha ido ampliando su campo de trabajo para incluir todos los fenómenos lingüísticos relacionados con la producción e interpretación de significado en el uso de la lengua: la pragmática estudia ahora en qué consiste la relevancia comunicativa, qué y cuánto se transmite más allá del sentido literal de los enunciados, estudia la relación entre las estructuras gramaticales y sus creadores-usuarios, la condificación lingüística de las relaciones interpersonales los principios y acuerdos de la interacción verbal. La pragmátmica de hoy -cada vez más vinculada a la sociolingüística, a la antropología, a la teoría literaria- asedia otra vez, con nuevas armas, viejos problemas: qué es el lenguaje, por qué es como es, para qué nos sirve, cómo lo usamos, y, tambien, cómo somos usados por el lenguaje.