Érase una vez un hombre prolífico como pocos con la pluma, moralista, cultivador del nonsense, mordaz, paradójico, radical, juguetón, polemista infatigable, ferviente defensor de la familia, la iglesia y el pub y enemigo acérrimo de burócratas, hombres de negocios, políticos y filántropos, que fuera denostado por algunos (en términos poco literarios) y por muchos ensalzado (sobre todo en términos literarios). Aquel hombre constituía además una curiosidad por su portentosa corpulencia y por su conversión al catolicismo en un país, Inglaterra, donde hacerse de ese credo puede parecer, más en alguien como él, casi una provocación. Se llamaba Gilbert Keith Chesterton, G. K. C. para los amigos: toda una fábula. G. K.
Chesterton (Londres 1874 - Beaconsfield 1936) fue un virtuoso del estilo que, con mayor o menor fortuna, tocó casi todos los géneros literarios, creando un universo que sorprende ante todo por su inmensidad: más de cien títulos, entre obras y recopilaciones de escritos dispersos.