Por los caminos mágicos de oriente
"¿Por qué ha venido usted a un lugar tan lejano??, le pregunta a Gertrude Bell uno de esos entrañables personajes con quienes solía dar por los caminos. A los que la británica responde: "Siento una gran curiosidad por ver el mundo y todo lo que en él se encuentra". A la postre, eso lo explica todo. Es la curiosidad humana la que atraviesa los desiertos sirios sobre la grupa de una yegua; la que vadea las terrosas aguas del Éufrates; la que ríe y sueña en Nínive; la que alza la vista hacia Yebel Sinyar; la que pergeña el plano de un antiquísimo cenobio anclado en la ladera pedregosa del monte Izlo... Es la maldita curiosidad femenina, la maldita curiosidad de Gertrude Margaret Lowthian Bell? la que acabará por convertirla en una de las más insignes viajeras de la historia.
Hay un Oriente real y un Oriente Legendario que ejerce todavía en los occidentales un magnetismo orgánico. Este último es el de Scherezade y los bazares; los visires y las cuevas reventadas de dinares; el del sorgo entre las acequias y palmeras datileras de un oasis y los viejos dromedarios bambaleándose sobre la arena de una duna azafranada? Desde Alepo hasta Bagdad; desde Mosul hasta Konia? Bell arrastra a sus lectores por esa Mesopotamia de bestiario y de quimera al tiempo que escribe el mundo con la frialdad de un reportero. O si se quiere de otro modo, en sus obras, en ésta también, está el Oriente fascinante del Hazar Afsana y los Souza árabes y el convulso Oriente real. Quien quiera comprender de veras lo que sucede hoy en Oriente tiene la obligación de leerla; la obligación de divertirse acompañándola de nuevo en su viaje y quien se anime a hacerlo, soñará.