Desde su remoto origen, el espejo se convirtió en un instrumento sagrado y cargado de magia. A lo largo de los siglos ha sido puerta que conduce tanto al cielo como al infierno.
Utilizado por brujas y alquimistas, ha servido para adivinar el futuro, convocar a los muertos y alcanzar la piedra filosofal.
En otras manos, ha sabido provocar la risa con sus reflejos deformes, causar asombro con sus trucos de escenario, y mostrar la belleza, ese agradable hechizo que provocó Venus y que los mortales refuerzan por medio de la cosmética sabiamente aplicada ante la luz del espejo, técnica en la que los egipcios fueron maestros. Adentrarse en la magia del espejo es recorrer la senda de las pasiones humanas, desde las creencias en lo sobrenatural al gozo erótico de los cuerpos reflejados, pasando por el miedo al doble y la sombra y por la confusa identidad que nos hace desconocidos ante nosotros mismos. Nada le es ajeno al espejo en el cielo, en la tierra y en el corazón de los hombres.