¿Cómo contagiar la desazón y el desamparo que provocaba en millones de católicos la simple perspectiva de que la religión y todo lo que a su alrededor se movía perdiesen su papel de garantes del único orden natural que habían conocido? ¿Cómo hacer ver tantas expectativas creadas y frustradas tras la proclamación de una República que muchos creyeron que supondría el fin de siglos de miseria, de explotación y de
oscuridad?
Necesitamos una política de la memoria que reconstruya el pasado desde el respeto a las diferentes memorias colectivas que coexisten sobre la guerra civil y la represión, revisándolas y adaptándolas a nuestros propios valores identitarios, a los considerados referentes deseables en el proceso de construcción de nuestra sociedad actual; y hoy día ello no puede ser sinónimo de otra cosa que de libertad, respeto y tolerancia. Pero esta revisión debe hacerse desde el conocimiento de la verdad histórica, pues sólo así la memoria de la dictadura dejará de ser objeto de disputa y entrará por fi n en el campo de la discusión
histórica; sólo así, en definitiva, podrá cumplirse aquella vieja máxima de Goethe según la cual la historia es el instrumento por el que el hombre se libera del pasado.