Emmanuel Macron es un seductor nato. Desde su más tierna infancia, ha vivido rodeado de la admiración, el aliento y la aprobación de los demás, especialmente de sus mayores. Una de las primeras personas con la que forjó una relación especial fue su abuela, de la que sigue hablando a menudo. En la escuela consiguió la admiración de sus profesores y, más tarde, subyugó por su inteligencia y capacidad empática a muchos de los que luego apadrinaron su carrera profesional y política. Cuenta sin duda con el apoyo incondicional de Brigitte, su mujer, con quien forma una pareja cuya singularidad no reside en la diferencia de edad sino en el hecho de que ella es la única mujer a la que Macron ha amado desde los dieciséis años. Y logró, para sorpresa de muchos, la aprobación de los franceses, a los que conquistó con la misma determinación con la que se ha enfrentado siempre a todos los prejuicios.
¿Es de derechas? ¿De izquierdas? ¿Moderno? ¿Posmoderno? ¿Transgresor? Macron parece, de entrada, un producto del sistema que pretende conseguir que el sistema se tambalee. Alguien que sabe jugar de maravilla, al menos en apariencia, al arte del contrapié. Un revolucionario en pantalón corto que seduce y engatusa a los medios de comunicación como un consumado profesional. ¿Traerá el cambio de verdad a Francia? ¿Logrará la refundación de Europa que propone? ¿O solo es alguien que ha sabido aprovecharse del momento y del rechazo de la población hacia los políticos tradicionales?