Contar historias es tan natural e instintivo para el hombre como comer o dormir. En las cavernas, alrededor de las hogueras, hubo a buen seguro narradores tan geniales como los que hoy amenizan cualquier sobremesa, escriben sus novelas o ruedan sus películas. Y seguramente también hubo pelmazos como los que hoy nos torturan publicando sus libros, escribiendo sus guiones o aburriéndonos en las barras de los bares. Los medios han cambiado, pero las claves de las buenas y las malas historias siguen siendo básicamente las mismas.