En la Norteamérica de su tiempo el carisma de Margaret Fuller levantaba pasiones por su «exuberante sentido del poder» como definió su gran amigo Ralph W. Emerson a la que fue su más cercana colaboradora durante años. Brilló con luz propia entre el grupo de trascendentalistas en el que también encontramos a Bronson Alcott, Nathaniel Hawthorne, Elizabeth Peabody, o Henry Channing y dejó un claro influjo en obras como Las bostonianas de Henry James. Al mismo tiempo sus reflexiones inspiraron las de otras feministas norteamericanas del siglo XX: Mary Beard, Betty Friedan, Kate Millet, Gloria Steinem o Susan Faludi. Tan singular como su autora es este relato que escapa a las convenciones de la literatura de viajes para ofrecer un retrato de la pugna entre la incipiente colonización del norte y oeste de los Estados Unidos, su naturaleza salvaje y las poblaciones de los indios que retrata de forma insuperable. Durmiendo al aire libre o en cabañas de colonos, viajando a pie, en tren, carromato o canoa visita las cataratas del Niágara y se adentra en los bosques de Illinois, Wisconsin, o los ríos Rock y Fox a los que compara con el Edén. Con un estilo tan libre como ecléctico pone voz a las contradicciones de los colonos, señala la dura vida de sus mujeres y reflexiona sobre el proyecto de país que se estaba cimentando. Un libro que causó verdadera conmoción en su momento e inspiró a Walt Whitman, dejó huella en el relato Una Semana en los Ríos Concord y Merrimack de Henry David Thoreau o la obra de Emily Dickinson, quien conocía el libro de memorias publicado tras su muerte convertido en el más leído del país.