La vida de Valentina Cruz ha estado marcada siempre por un sentimiento de no pertenencia a su entorno. No encajaba en su familia barcelonesa dominada por la figura de un padre déspota con el que fue imposible el más mínimo vínculo afectivo. No encaja en el barrio madrileño donde vive ahora, superficial y vacío, y una vida social que no le aporta nada. No encaja en la cultura oficial, que encumbra la literatura fácil y desarma el valor subversivo de la buena literatura. Encaja a duras penas con su familia, su marido y sus hijas, pero es un encaje logrado a golpe de equilibrios, estrategia, sometimiento y renuncias.
Valentina Cruz busca en la literatura la autenticidad que la vida le niega, se encara a la escritura como a un espejo roto que le devuelve sus heridas, se entrega a la lectura exigente, a la que requiere esfuerzo, a la que lo cuestiona todo. Ahí es donde busca su espacio, un lugar incómodo pero el único en el que logra sobrevivir.