El protagonista de El álbum del solitario contaba mentiras tan grandes como el mundo. Su madre, por ello, le llamaba planetas. Y era capaz de salir de expedición nocturna hacia el mar y el monte en pos de una loca, Rosalia, que había fallecido casi un siglo antes. Robaba, le gustaba aplicar el oído a la tierra húmeda en los días de lluvia y tenía un gato gris llamado Acuña en honor de un portero de fútbol. He aquí un texto acerca del miedo, la idolatría y el erotismo; el miedo se lo inspiraban los delfines del atardecer, el ahogado que se acercaba cada noche a la orilla o las suicidas Lara y Adelina Marugán; idolatría se la despertaba su padre, que venció al mítico boxeador Maz Azagra en Melilla y Cano Corcerellos, maestro de delincuentes en su Escuela de noche. Y el deseo brotaba cada vez que veía a Pamela Garfias, la morena de Madrid. Todo ello preside esta novela coral de Antón Castro que funda una nueva región del sueño, Baladouro, y que explora los caminos de la memoria y la pasión de contar.