El pensamiento racional tiene gran utilidad para la vida práctica, pero impide el acceso a formas de consciencia más elevadas y a experiencias que nos conectan con lo Absoluto. Esto fue descubierto tempranamente por los orientales y les hizo desarrollar métodos que, como medio de aprehensión del conocimiento, lo superan. El intelecto sólo puede abordar el análisis de la superficie de las cosas y darnos una visión fragmentada de la realidad. Para captar el sentido profundo, el alma de las cosas, su dimensión oculta y trascendente, es necesario recurrir a la visión intuitiva no contaminada por la experiencia previa y desligada de los datos archivados en el cerebro. La mirada profunda debe ser nueva e inocente, sin embargo el intelecto se apodera de lo observado y tiende a clasificarlo, a compararlo y a ordenarlo según sus datos acumulados y según su lógica, descartando aquello que excede sus dominios cognoscitivos. Así, lo nuevo se hace viejo, lo puro se contamina y lo profundo se vuelve superficial. Este libro trata de desestabilizar la mente lógica del lector, proponiéndole otra forma de mirar la existencia