Las emociones negativas –y positivas–, tan presentes en nuestras vidas y aparentemente tan inocuas, pueden controlarlas hasta convertirnos en esclavos. Un ejemplo: mucha gente da tanta importancia a la opinión que los demás tengan de uno, que pone su autoestima y su felicidad en manos de lo que digan o dejen de decir los demás. La ciencia ha demostrado que, en lo referente a gestión de las emociones, el ser humano apenas ha avanzado nada en más de mil años. Y el psicólogo clínico Ferran Salmurri defiende que un mundo con siete mil millones de habitantes que, al igual que en la Prehistoria, se rigen por el egoísmo y la irracionalidad, es del todo insostenible.