El apasionado Pablo de Tarso se entregó desde joven a buscar fieramente la verdad. Estaba seguro de que la había encontrado en la Ley que Moisés dejó para su pueblo, Israel, que la defendió a capa y espada.
Supo que se equivocaba el día en que una luz deslumbradora se le apareció de improviso y lo tiró del caballo cuando se dirigía a Damasco. Llevaba en el bolsillo una autorización para perseguir a los partidarios de Jesús y cabalgaba confiado y orgulloso.
Ese hecho cambió su vida. Ya no pudo ignorar su destino: transmitir la nueva verdad que se le había mostrado de manera insólita e inesperada, tirando por tierra su orgullo y su seguridad. Desde aquel momento dedicó su ida por completo a fundar nuevas comuniodades de cristianos y nuevas iglesias y le dio forma al legado que había dejado Jesús de Nazaret para que lo entendieran tanto griegos como romanos. De Tarso a Jerusalén, de Antioquía a Atenas y Corinto, de Roma a la lejana Hispania.
Una entrega humana de tal alcance sólo se explica si brota de una pasión. EL propio Pablo resumió la clave de su descubrimiento vital: "Mi vida no es mía. Hay otro que vive en mí". Pablo nos habla de la mística, que explica la extraordinaria biografía de este judío nacido en Tarso, una ciudad del sur de la actual Tur