La apariencia de dandy de Yashvin nunca fue claramente ofensiva y, para ser justos, hay que reconocer que era un excelente médico. Era decidido y tenía éxito, y lo más importante, encontró tiempo para perfeccionar sus estudios, a pesar de las visitas regulares a La valquiria y El barbero de Sevilla.
Lo que más me fascinaba de él era una característica notable: su don, que de vez en cuando mostraba, de excelente narrador, a pesar de que por lo general era un hombre tranquilo y absolutamente discreto. Hablaba con total convicción y sin efectismos, sin la verborrea redundante del hombre común, sin tartajeos o tartamudeos, y siempre sobre temas muy interesantes. El reservado y elegante médico parecía iluminarse, su pálida mano derecha hacía gestos ocasionales breves, suaves y medidos, como si puntuara su historia con pequeños hitos en el aire. Nunca sonreía al contar algo gracioso, y sus metáforas eran a veces tan apropiadas y vivaces que mientras lo escuchaba siempre me asaltaba una idea:
«Es usted un médico muy bueno, pero ha elegido la carrera equivocada. Tendría que haber sido escritor.»