«Sin levantarme, agarro la cajita de la mesilla de noche. Dentro de ella, entre polvo, tiques viejos, monedas y pendientes, descansa la llave que me dejó mi abuelo. Toma, me dijo, esa es la llave de la casa en donde vivía, en Turquía. Lo miré con cara de incomprensión. Ahora, acostada en la cama con la llave entre las manos, sola, sigo sin entender. ¿Y qué voy a hacer con ella? Tú sabrás, me respondió, como si no tuviera nada que ver con ello. La gente envejece y, con el miedo a la muerte, pasan a los demás aquello que deberían haber hecho pero que, por motivos diversos, no hicieron. Y ahora me toca a mí inventarme un destino para esta llave, si es que no quiero pasársela a otro».