Desconocida hasta ahora para el lector español, Liz Jensen ocupa ya un lugar preeminente en la nómina de novelistas británicos que desde antiguo han recurrido con lucidez a la ironía y la sátira. En la estela de Swift y Orwell, Jensen recrea en esta mordaz y ambiciosa fábula futurista un mundo feliz, Atlántica, en el que introduce la sospecha apenas velada de que, si los sueños de la razón producen monstruos, los del mercado producirán sociedades de pesadilla. La isla artificial de Atlántica, un prodigio de la ingeniería en medio del océano, ha prosperado sirviendo de vertedero de todo el planeta. Rica y envidiada, la isla está a un paso de la utopía. O al menos esa idea quiere «vender» la Corporación La Libertad, la organización que la administra como si fuera un hipermercado con cinco millones de clientes. Porque, en Atlántica, la mercadotecnia ha reemplazado a la política, y a los ciudadanos se les considera... clientes. Pero algo huele a podrido en este paraíso del consumo, y ni siquiera el intensivo tratamiento de aromaterapia programado por La Libertad puede enmascarar el hedor. Harvey Kidd, el narrador, un «producto defectuoso» de la sociedad, se convertirá en el chivo expiatorio de todos los males de la isla. Encarcelado en un barco-prisión, este huérfano que se inventa su propia familia, defraudador compulsivo, donnadie vocacional, antihéroe en todos los sentidos, se pasa las horas confeccionando figuras con papel maché que masca él mismo y preguntándose qué ha hecho para merecer tan aciaga suerte...