Monroe Stahr, productor cinematográfico de ideas más personales y modernas de lo que conviene a los inversores, e ilimitado amor por el cine, es, como casi todos los personajes de su autor, una criatura de rasgos ambiguos: cuando le conocemos, el muchacho judío que en su infancia dirigiera una pandilla del Bronx ha llegado a ser el monarca casi absoluto de la gran fábrica de sueños. Pero, apresado entre el fracaso amoroso, los odios que despiertan sus decisiones a veces arbitrarias y los celos de un socio que no comprende el alcance de sus ideas, Stahr no hace sino consumir su vida en una actividad incesante que tal vez sólo dará lugar a películas producidas por otros.