"Si no puedo firmar esta carta, como algunos de vosotros me reprocharéis, es por una razón muy sencilla: he perdido mi nombre, junto con todo lo que era mi vida. Exilado en la otra punta del mundo, lejos del consumo y de nuestra existencia hipotecada a cómodos plazos mensuales, arruinado por los bancos y por el canibalismo de un sistema que agudiza nuestros apetitos para devorarnos mejor, no me quedan más que estas palabras, que nadie podrá quitarme. Había decidido guardar silencio, arrastrando el dolor de mis errores del pasado, aterrado de encontrarme aquí, en las orillas del río Mekong, en medio de una miseria que no hubiera podido jamás imaginar. Pero viendo morir estos niños, agonizar en el trabajo estas mujeres, emborracharse estos viejos a sus cuarenta años, he comprendido que no podía seguir callado. El capitalismo anónimo sí que firma sus infamias: mata a millones de seres humanos, hace del planeta un vivero de clientes infelices, exprimidos por truhanes codiciosos y por expertos en grandes negocios. Si no hacemos nada, si todos nos callamos, vergonzantes en nuestro egoísmo cómplice, la humanidad, esclavizada y sobre endeudada, no sobrevivirá a este siglo."