Sigmund Freud destruyó obstinadamente toda documentación
acerca de su vida privada, e intentó una y otra vez borrar aquellos rastros que
pudiesen cuestionarla; también instó a sus seguidores a que le identificaran
solamente con su existencia pública. Esa distorsión de la imagen real de Freud
puede reconocerse de la forma más nítida en el tabú que se erigió en torno a su
enfermedad cancerosa y que, hasta el momento, nadie se había atrevido a tocar:
durante 16 años, Freud sufrió un cáncer mandibular, entre otras enfermedades a
lo largo de su vida. Desde una perspectiva actual parece extraño que ni él ni
sus contemporáneos, así como tampoco sus biógrafos, interpretaran
psicobiográficamente estos hechos y los situaran en el contexto de la historia
de su vida.
El oncólogo Jürg Kollbrunner es el primero en llamar las cosas por su nombre y
en plantear la pregunta sobre el significado que la enfermedad tuvo en la vida
de Freud. En un trabajo de detallada reconstrucción, el autor proyecta una
nueva luz sobre la primera infancia y la juventud de Freud, su relación con sus
padres, con sus hermanos y con las demás personas cercanas. De ese modo, está
en condiciones de señalar que el niño y el adolescente Freud se vio marcado por
un entorno psicosocial en el que quedaba poco espacio para el amor y la
comprensión: Freud se desarrolló como un científico ambicioso y duro que, al
servicio de su misión, se prohibió sentimientos tan personales como el amor, la
cercanía atenta o la tristeza. Probablemente será también posible establecer un
nexo entre el cáncer que, siempre atribuido a un fuerte consumo de tabaco, con
su carencia de auténticas relaciones emocionales.
Jürg Kollbrunner, doctor en filosofía, es psicoterapeuta y trabaja como
psicólogo clínico en la Clínica Universitaria para enfermedades de garganta,
nariz y oídos, y de cirugía del cuello y mandíbula en la ciudad de Berna,
Suiza.