Al borde de los sesenta, divorciada y madre de una hija, la protagonista se siente abrumada por el vertiginoso paso del tiempo. En plena evocación nostálgica, se cruza en su camino un extraño personaje que le enseña a sosegarse, abrir las ventanas y contemplar el estallido de la primavera, porque como afirma la autora «el tiempo es sólo una actitud, si le perdemos el miedo, nunca seremos viejos».