La leyenda unida a la fascinante vida de Crowley ha oscurecido el resto de sus actividades, en especial la de poeta. Si el autor fue, sobre todo, vitalista y excesivo, resulta apenas lógico que se sintiese atraído por la fortísima obra de Rodin, con posterioridad a la polémica que desatara la escultura de Balzac, inaugurada en 1902. Partiendo de varias de las esculturas en bronce o en mármol, de cuyos títulos se apropia (algunas tan célebres como El pensador, La mano de Dios o Los burgueses de Calais) Crowley hace un poema -metafórico, musical, sensual- donde más que explicar pretende hacer sentir la realidad intangible del arte