Después de La levedad del humo, Israel Clarà regresa al reto siempre apasionante del soneto y nos ofrece un libro sobrecogedor, que se demora en la lentitud de la tarde, en la conversación tranquila y compartida, en el tiempo que se detiene para dejar paso a los recuerdos y, si cabe, a la tristeza por las cosas que ya se han ido para siempre. El poeta necesita despedirse, decir y dar al mundo todo aquello que viaja dentro de su espíritu como un regalo de esperanza y de luz. La luz de una chimenea encendida al calor del vino que, como decía Platón, nos invita a la búsqueda de la verdad.