«Las mujeres solas no nos conformamos. Vivimos acompañadas mientras nos sentimos queridas, mientras se mantiene el deseo, mientras perduran la complicidad y el respeto. Pero cuando no existe sincronización con nuestra pareja, preferimos estar solas que resignarnos al desamor. En cualquier caso, no somos militantes de la soledad.»
Con estas palabras abre Carmen Alborch su libro sobre la soledad, sobre la plenitud y los sinsabores de una experiencia casi siempre positiva. Desde su vivencia, pero sin olvidar que formamos parte de una cultura y de una historia particular, nos habla de los profundos cambios que han sufrido las mujeres educadas para ser, sobre todo, esposas y madres; de la lucha por salir del anonimato doméstico hacia las esferas públicas; de la buena salud del feminismo y sus protagonistas; del sueño de la equidad; del valor inigualable de la amistad entre mujeres; del dilema de la maternidad; de las relaciones contingentes como alternativa al matrimonio y de la sexualidad de las mujeres solas.
Una obra audaz y diferente que rompe estereotipos y que concluye que vivir sola no es estar sola.