Antiguas y violentas sacudidas orogénicas y sucesivas transgresiones marinas relativamente recientes (en términos geológicos) han configurado la estructura y la forma de las Baleares. El conjunto insular hoy está dividido en dos grupos que presentan, pese a su identidad esencial, caracteres naturalísticos diferenciados: al norte, las Gimnesias (Mallorca y Menorca, y su corte de islotes: Cabrera y Dragonera, en la costa mallorquina, y En Colom en la menorquina, por sólo citar los más significativos) y, derivadas al suroeste, las Pitusas (Eivissa y Formentera, con Es Vedra, Sa Conillera, Tagomago, etc.) Entre islas pobladas por el hombre e islotes sólo habitados por aves marinas, matojos y lagartijas, casi 200 elementos componen el archipiélago.
Insularidad y mediterraneidad constituyen, pues, los rasgos biogeográficos más notables de las Baleares y marcan el trazo definido, casi tópico, de la primera impresión que de ellas recibe el observador naturalista. Por una parte, clima caluroso en verano, con alta insolación, con largos períodos secos, y templado en invierno, con precipitaciones irregulares y torrenciales en primavera y otoño (siempre escasas). La proximidad al mar evita oscilaciones bruscas de la temperatura y provoca un aumento de la humedad atmosférica.