La ciudad de Londres corre, estrepitosamente, hacia un futuro de máquinas y de comercio. El poeta lo percibe: sufre, sueña, reniega, expresa el tránsito inquieto en las avenidas de su mente, su cuerpo, su espíritu. A su alrededor, nada se detiene. Reinas y tenderos vestidos con corbata mueven un país entero que se empeña en poner rumbo al mundo. La voz del poeta parece perderse bajo el rumor de la maquinaria pesada. Sin embargo, las máquinas mueren y su acero se oxida, mientras que los versos perduran y el poeta revive su sueño con el tiempo y las estaciones, porque dejó su historia por insólitas esquinas de un mundo inmenso.