Decir una cosa y hacer exactamente la contraria. En ello consiste el «efecto Pinocho» que Zapatero se ha acostumbrado a utilizar siempre que lo necesita. Una artimaña que despista a los próximos y agrede a los lejanos.
Su paso por el Palacio de la Moncloa ha dejado ya, en muy poco tiempo, una forma de hacer política basada en la imagen personal, aliñada por un sectarismo extremo, condimentada por la persecución de aquellos que discrepan y diseñada desde la exclusión como sistema. El presidente sabe lo quiere y lo que busca. Lo hace sin reparos, con buenas dosis de resentimiento hacia el pasado y prejuicios hacia el futuro. Y sin asumir los peligros de la irresponsabilidad de sus actos.
A esta conclusión llega Ignacio Villa, director de los Servicios Informativos de la Cadena COPE, tras analizar la legislatura «más convulsa de la democracia española»; una legislatura que comenzó después de unos atentados terroristas que ZP no ha querido investigar y que la han marcado de forma definitiva. Un inicio turbulento que nos ha dejado tres años complicados políticamente con un desenlace imprevisible.
El poder no ha cambiado a Zapatero, simplemente ha dejado al descubierto a un presidente del Gobierno que había ocultado tras la careta del talante una personalidad llena de engreimiento, muy alejado de los ciudadanos e incapaz de escuchar. Un presidente encerrado en su torre de marfil.