Los griegos son un pueblo apasionado: apasionados con la política, con la religión, con la familia... con la vida. Al mismo tiempo, son flemáticos y fatalistas: el autobús o el ferry pueden retrasarse una hora, ¿y qué? Llegará cuando llegue. Comprender estas características opuestas es empezar a descubrir la esencia de Grecia. Ser paciente cuando se requiere paciencia, como sucede a menudo, pero disfrutar de la vida cuando se puede, con la comida, la música, la risa, el baile. Grecia continental sigue siendo una de las regiones europeas menos conocidas: montañas, lagos, desfiladeros, ríos, bosques... y, sí, también playas.
Las islas griegas tienen muchas virtudes, una de ellas es la de atraer a la mayoría de los turistas y permitir que la zona continental del país permanezca más auténticamente griega. Las dos ciudades principales, Atenas y Tessaloniki (Salónica), no podían estar en ningún otro lugar del mundo: antiguas y modernas, de vastas dimensiones, aunque todavía parecidas a pueblecitos, ambas ofrecen una bienvenida como una vigorosa palmada en la espalda.
Su paisaje es extraordinario. Desde el Desfiladero de Vikos en el norte, -el segundo desfiladero más largo de Europa-, hasta los rudos paisajes del remoto Máni en el sur, la Grecia continental es una región de belleza pasmosa. Es una tierra de montañas, como las cordilleras de Píndos y Parnassós y el monte Olimpo. Es también una tierra de aldeas de montaña y de atractivas ciudades a orillas de lagos, como Kastoriá y Ioánnina, que se alzan como gemas resplandecientes en contraste con las aguas azules. Para muchos, la península es la cuna de la Grecia clásica: la riqueza histórica de Atenas, las ruinas de Olimpia, con la pista por donde corrían los atletas, la mágica geometría del teatro de Epidauros y -lo más grandioso- Delfos, considerada por los antiguos como el centro del universo.