La primera vez que oí hablar de Sonia Jug fue a través del pintor Gerard Rosés, autor de la bella acuarela que ilumina esta portada. Me habló del trabajo de ella como «poesía en estado puro».
Este título ya es, en sí, el primer poema del libro y una declaración de intenciones de Sonia Jug.
Lleno de curiosidad, me sumergí en la lectura del primer poema, que se abre con los versos: «Me duele lo que me duele y? lo que no me duele, también.» Leído esto, ya no pude detenerme y me dejé llevar por las pasiones con las que esta poetisa ha hilvanado su antología.
Así como en un poemario anterior dedicado a Gerard Rosés habla de un gato que «es a la vez vidente y compinche de la luna», en esta antología
encontramos abrazos entre sábanas tendidas, de un sensual sotobosque dorado.
Al cerrar el libro me quedó la huella de una artista indomable que ha vertido toda su verdad en este poemario, sin remilgos estilísticos ni pretensiones literarias. Una escritora que, como he sabido, reparte sus obras por mercados y callejuelas, porque la suya es poesía de vida, humilde y orgullosamente sincera.