Silencioso, arisco, encerrado en la modestia burguesa de provincias: así debía aparecer Cézanne a los colegas impresionistas y al público parisino. Pero en los ojos profundos del pintor estaba madurando una revolución radical, destinada a marcar de manera decisiva la suerte de la pintura moderna. Sin perder nunca la amplia alegría de la luz y del color, Cézanne no se detiene en la impresión e interviene sobre la forma de la naturaleza, remodelándola con el cubo, con el cilindro y con la esfera. Tenaz y apasionado, Cézanne recupera el tono solemne del arte clásico, convirtiéndose en modelo para las vanguardias del siglo XX.