Por las páginas de Una dama neoyorquina desfilan, como por las calles de una Nueva York intemporal, mujeres libres, caprichosas, coquetas, atrevidas, llenas de vida e ingenio y a veces también de veneno y mezquindad, aún más hirientes porque aparecen envueltos en la seda y el satén de la alta burguesía. Y entre todas ellas surge, con fuerza y claridad, la figura de Dorothy Parker (1893-1967), la reina del relato satírico, elegante y mordaz, la auténtica dama del título, capaz de retratar con igual acierto los locos años veinte, la tristeza y la dignidad de la guerra civil española, el orgullo bélico de los años cuarenta y la hipocresía de los cincuenta, bajo cuyos brillantes colores se ocultaba una sociedad envidiosa y ruin.