Dos vidas: la de Flora Tristán, que pone todos sus esfuerzos en la lucha por los derechos de la mujer y de los obreros, y la de Paul Gauguin, el hombre que descubre su pasión por la pintura y abandona su existencia burguesa para viajar a Tahití en busca de un mundo sin contaminar por las convenciones.
Dos concepciones del sexo: la de Flora, que sólo ve en él un instrumento de dominio masculino y la de Gauguin, que lo considera una fuerza vital imprescindible puesta al servicio de su creatividad.
¿Qué tienen en común esas dos vidas? Esto es lo que Vargas Llosa pone de relieve en esta novela: el mundo de utopías que fue el siglo XIX. Un nexo de unión entre dos personajes opuestos que desvelan un deseo común: el de alcanzar un paraíso donde sea posible la felicidad para los seres humanos.