En el siglo XIX vivió en Nueva Inglaterra Emily Dickinson (1830-1886), una escritora tan solitaria como sólo pueden serlo los genios o los locos. Pese a las innumerables interpretaciones su vida fue, y sigue siendo, una suerte de emboscada para los curiosos y de enigma perpetuo para los críticos de su obra. En La hermana, la mirada de Lavinia Dickinson, su hermana menor, nos descubre a Emily en el esplendor y miseria de su cotidianidad: una mujer rebelde y excéntrica, con un extraordinario sentido del humor, que fue fabricando su imagen y moldeando un destino a sabiendas de que éste sería imposible de alcanzar en vida. Lavinia, o Vinnie, narra una historia en la que Emily está siempre presente, en la periferia o en la médula de sus recuerdos. Vinnie es testigo y parte, adora a Emily pero también la rechaza, no la comprende pero la protege. Con tristeza, sarcasmo, impiedad, habla de la soledad de ambas como algo elegido. Vinnie Dickinson percibió a la hermana genial desde otro lado, incluso desde la incomprensión. Y fue también, ella misma, la hermana.