Aprender la propia lengua a escondidas, enseñar a los pequeños las costumbres ancestrales, imitar el canto de los pájaros y el sonido de la naturaleza del lugar donde se ha nacido, poner en riesgo la vida y la libertad, en una palabra, resistir, fue la impronta que caracterizó a los pueblos bálticos ante los intentos, logrados o no, por someterlos. Desde los vikingos, los teutones, los zares y hasta nuestros días, encontrará el lector motivos más que suficientes para admirar la fortaleza y el deseo de independencia de los lituanos y sus vecinos letones y estonios. Ellos son, sin duda, el corazón abierto de la vieja Europa.