Las consecuencias de la desintegración de la Unión Soviética han sido extraordinariamente intensas no sólo en Europa sino también en el resto del mundo. La desaparición de un actor estratégico de primer orden, como fue la URSS durante más de cincuenta años, y, con ella, de una cierta estabilidad basada en la disuasión y el equilibrio de poderes, ha conmocionado profundamente a la sociedad internacional, provocando, al mismo tiempo, un complejo proceso sucesorio.
La herencia soviética será, por consiguiente, espinosa, trágica en algunas ocasiones, y, casi siempre, muy controvertida, proyectándose tanto en la creación de una nueva Organización Internacional ?la Comunidad de Estados Independientes, que con sus deficiencias y carencias pretende llenar el inmenso ?agujero negro? dejado por aquélla? como en los problemas derivados de la sucesión de Estados.