«La periferia era el peligro, el juego desconcertante y seductor de no saberse a salvo, de no saber qué sucede. Nadie era el mismo cuando estaba en el pueblo que cuando estaba en las afueras. Nosotros mismos, los niños, notábamos que nuestro comportamiento no era igual los días que jugábamos por los caminos o por las eras, o más abajo, por los huertos o por los barrancos, con una sensación de libertad que modificaba todo lo que pensábamos que estaba bien y todo lo que creíamos que estaba mal.»