A veces ocurre con el padre anciano lo mismo que con un niño: querrías que llevara una vida sana, que hiciese deporte, que tuviera buenos amigos, que se portara bien y se pegara a tus faldas. Así que haces lo único que sabes hacer. Y entonces te conviertes en la tirana. En la residencia de ancianos se encuentran las abuelas, el director, el médico, la peluquera, el amable señor B. Y el aún más amable dueño de la funeraria. Están la madre y su hija, que acude de visita. También los amigos y los familiares. Está el invitado secreto, el que nadie debe ver, el cuervo que contempla con su negro ojo esta última comedia de los vivos y espera, paciente, su hora.