La publicación de las Memorias del P. Gumersindo -un diario de la asistencia espiritual que ejerció con los reos, condenados a muerte en la prisión de Zaragoza, desde 1937 a 1941- sucede finalmente después de una larga espera (más de cinmcuenta años), dando así cumplimiento, sobre todo, al deseo del autor manifestado claramente a través de dichas Memorias.
Esta publicación es también un deber de justicia con las víctimas que aparecen en ella, muertas por causas puramente políticas, cuyos familiares directos viven todavía. Si algo se desprende con absoluta claridad de la lectura de las Memorias es que en aquel tiempo no fueron posibles ni la justicia ni la verdad. Por eso este testimonio repara, en alguna medida, aquella justicia y verdad irrealizables entonces por tantos motivos, y que la mayoría, en las dos Españas, no supo o no pudo ver y entender.
Las circunstancias que acompañaron a la asistencia espiritual del P. Gumersindo son las que aportan un gran interés a este escrito como testimonio histórico insustituible de una época dramática de la historia de España, como es la guerra civil de 1936-1,939. En las Memorias se puede apreciar con toda nitidez cómo muchas muertes se produjeron por acusaciones cuyo móvil era la venganza y el ajuste de cuentas típicos de los ambientes cerrados de los pueblos, llegando a fusilar a personas que se confesaban de derechas de toda la vida y católicas; o por motivos puramente políticos, para eliminar al contrario; el crimen cometido era ser socialista o republicano. Los juicios eran sumarísimos, es decir, sin defensa. Cuando al reo se le comunicaba la sentenmcia, ya no había posibilidad de recurrirla. Los estudiosos de la institución penitenciaria encontrarán en estas páginas un material precioso y de primera mano sobre el funcionamiento de las prisiones durante la guerra.
Otro punto de interés de las Memorias lo representa la postura personal del P. Gumersindo con respecto a la guerra y al apoyo que la Iglesia prestaba al nuevo régimen.
El P. Gumersindo se nos presenta siempre como el hombre que sufre profundamente por causa del dolor ajeno, sobre todo por el mal que le infligían a la Iglesia los clérigos que apoyaban indiscriminadamente el alzamiento militar y el nuevo régimen surgido de él.
El P. Gumersindo permaneció fiel a la Iglesia, pero podemos decir con seguridad y verdad que participó de las ideas de aquel grupo minoritario de eclesiásticos que defendieron la neutralidad de la Iglesia en el conflicto, la condena de la guerra como medio para solucionar los problemas, y la reconciliación de las dos Españas.